«…explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome»
Alejandra Pizarnik
Absorbe la luz, mastica la tierra (los árboles no están)
se han ido, han partido (el fulgor del amor no existe)
hay que comer las flores, adherirse al cielo (uno es todo)
El amor un demonio, el odio, un pasaje.
La venganza: un invento humano.
Los colores: un cuerpo, una agonía.
¡Que el olvido no me nombre! ¡Que se quede callado!
En este momento soy un detener del tiempo
un galopar de númenes que huyen,
una musa inexistente,
las raíces de un árbol, el fluir de un río
una montaña muerta, un sentimiento vivo.
Estoy parado en medio de la eternidad
(he dicho eternidad sin caer de rodillas)
sin que tiemblen los pies…
como si pudiera comprender la evanescencia del infinito.
«Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando.» Oliverio Girondo
Empecé escribiendo en los baños anónimos,
luego mandé mensajes de textos a desconocidos,
después comencé a llamar en las madrugadas
a mujeres solitarias, específicamente a las que el cielo les pesa.
Terminé por escribir cartas de amor en los colectivos,
porque de alguna forma tenía que demostrar que estoy vivo,
que toco las sombras, que siento las luces
y que todo no es un sueño, un espejismo de la nada.
Ahora ya no hago eso, quizás por la rutina o
por los dolores de los miércoles…pero a veces
cuando veo a alguien tan triste como yo
me gustaría decirle algo que lo deje clavado en la tierra
y partido por un rayo.
Cruzas por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que estás allí, y lanza su silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las últimas fronteras de la tarde.
Canción de amiga
Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como éste.
¿Cómo seré…
¿Cómo seré o
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.
Epílogo
Me arrepiento de tanta inútil queja,
de tanta
tentación improcedente.
Son las reglas del juego inapelables
y justifican toda, cualquier pérdida.
Ahora
sólo lo inesperado o lo imposible
podría hacerme llorar:
Somos un infinito alarido por la espera.»
Enrique Gracia Trinidad
Un tambor que va a destiempo,
persuadir los temblores del recuerdo,
alimentar un gong que siempre crece,
una excusa del pensamiento,
un zigzag de preguntas sin respuestas,
un teléfono que nunca suena,
masticar las horas de cemento,
la pesadilla de un burócrata,
entender mejor al viento,
caminar por un precipicio de preguntas,
comprender las vertientes del silencio,
esperar algo que no existe,
que no se sabe bien qué es
y que por sobre todo
nunca llega a tiempo.
Toda queja es innecesaria,
cuando exhale el ultimo trozo de aire que me mueve
y el tiempo se transforme en un gong infinito,
las inmersiones al océano
no habrán sido más que un filamento
más en el desierto de la historia humana.